Cuando la ofensa parece demasiado grande para perdonar

Todos estamos prestos a recibir un buen regalo. Pero cuando se trata de dar uno, el que regala, a menos que sea muy dadivoso, se debate entre hacerlo o no. Igual pasa con el perdón. El perdón es el regalo que todos quieren recibir pero es difícil dar.

Muchos dicen: “Yo voy a perdonar cuando en mi corazón me nazca hacerlo”. Si ese es tu caso, te adelanto que es probable que ese sentimiento tarde mucho en llegar, o quizá simplemente nunca llegue. El perdón no es un asunto de sentimientos, es un asunto de obediencia. Efesios 4:32 nos dice: “Sean más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, así como también Dios los perdonó en Cristo”.

Este versículo tiene la clave para entender el perdón. Además de que perdonar es un mandato, el perdón es una regalo que debo extender a otros de la misma manera que se me ha otorgado a mí.

Quizá te cuesta perdonar porque no has entendido el regalo que se te ha dado. Mateo 18:21-35 es el pasaje que, a mi entender, explica más claramente el perdón. En resumen, el Señor Jesús contó esta parábola a sus discípulos después de haberle dicho a Pedro que la cantidad de veces a perdonar es ilimitada.

El rey y el deudor

Jesús, para ilustrar mejor el punto, prosigue con la parábola de un rey que quiso hacer cuenta con sus siervos. Resulta que al llamar a uno de sus deudores que le debía al rey una cuenta impagable, este le suplicó su perdón. El rey, movido a misericordia, le perdonó la deuda, y ese hombre pudo marcharse limpio y sin cargas. Pero este mismo hombre a quien hace apenas unos minutos se le había perdonado la deuda, se encontró con un consiervo que le debía una mínima parte de lo que ya se le había perdonado a él, y este que fue recipiente de un perdón de una deuda impagable no extendió la misericordia que se le había otorgado. Más bien actuó sin misericordia, y mandó a la cárcel a aquel consiervo que le debía mucho menos.

Sucede que el rey se enteró de lo sucedido y le dice en el versículo 32-33: “¡Siervo malvado! Te perdoné esa tremenda deuda porque me lo rogaste. ¿No deberías haber tenido compasión de tu compañero así como yo tuve compasión de ti?”. Por haberse negado a perdonar, el rey mandó al siervo a prisión “para que lo torturaran” hasta que pagara la deuda. El versículo termina diciendo: “Eso es lo que les hará mi Padre celestial a ustedes si se niegan a perdonar de corazón a sus hermanos”.

Déjame ponerte en otras palabras lo que la parábola nos cuenta. El Dios santo y sin pecado se ha acercado a ti para perdonarte la deuda de pecado que tú nunca podrías pagar. Él fue el que dio el sacrificio de su Cordero perfecto, Jesús, quien cumple con los requisitos para servir como ofrenda para perdón de los pecados. Tú nunca hubieses podido tomar su lugar. Ese Dios santo te ha perdonado y te ha reconciliado con Él, llamándote ahora su hija.

Imagina que tú, habiendo recibido tan inmerecido regalo, siendo pecadora, ofensora, transgresora, e imperfecta, recibes una ofensa por un tercero. Esta ofensa, por supuesto, de ningún modo es del mismo tamaño que la ofensa que le hiciste al Dios santo que te perdonó, y sin embargo te niegas a extender el perdón a otro ser humano igual de pecador que tú. Los cristianos que guardan rencor, o que se niegan a perdonar a otros, han perdido de vista lo que su propio perdón ha implicado: la muerte en la cruz del perfecto Jesús.

Hablando del perdón, el pastor John MacArthur dice: “Nada es más ajeno a la pecaminosa naturaleza del ser humano. Y nada es más característico de la gracia divina”. Perdonar no es una tendencia natural de nosotros los seres caídos, y ni siquiera de los que hemos sido redimidos, pero tenemos un Padre celestial que se caracteriza por un corazón perdonador y misericordioso.

Los cristianos que guardan rencor, o que se niegan a perdonar a otros, han perdido de vista lo que su propio perdón ha implicado: la muerte en la cruz del perfecto Jesús.

El cristiano no tiene excusa para no perdonar. Cuando alguien perdona está decidiendo no tener en cuenta la ofensa o falta que le han cometido. Es librar a alguien de una obligación o castigo. Puede que te cueste, puede que sea difícil e incómodo, pero nunca debe negársele a alguien. Al final, el mayor beneficiado vas a ser tú, ya que mientras la deuda no sea eliminada, los sentimientos de amargura, resentimiento, y el dolor te acompañarán eternamente hasta el día que decidas perdonar.

Perdón y restauración

Muchos se preguntan si perdonar incluye la restauración completa de la relación que fue rota por el pecado. En realidad, una restauración completa sería lo ideal. Pero entendiendo que vivimos en un mundo caído, donde las consecuencias del pecado siguen estando presentes aunque el mismo sea perdonado, la restauración completa muchas veces no se da. Sin embargo, esa realidad no debe opacar nuestro deber de perdonar.

Por ejemplo, en una relación de parejas que se rompe producto de la infidelidad, aunque el perdón se otorgue, la confianza plena no viene inmediatamente; la misma debe ganarse, y el ofensor debe tener paciencia y esperar sin reclamos hasta que el ofendido se la vuelva a otorgar. Lo mismo pasa con las relaciones interpersonales. Uno perdona, pero sanar el dolor puede que tome tiempo, o que quizá nunca se recupere de la misma forma. Todo esto es consecuencia del pecado.

El Señor nos dice en Jeremías 31:34: “Perdonaré su maldad, y no recordaré más su pecado”. ¿Pudieras decir lo mismo a quien te agravió? ¿Pudieras perdonarlo y nunca más acordarte del daño? Es bueno aclarar que cuando hablo de olvido, no me refiero a una amnesia emocional. Me refiero a que, aunque tu mente traiga a la memoria lo sucedido, tu corazón pueda recordar ese agravio sin dolor. Es ahí cuando sabremos que hemos realmente podido perdonar de corazón.

Amada hermana: el perdón es un acto de obediencia, y si es un acto sincero, puedes estar segura de que Dios en su fidelidad traerá el sentimiento.

Colosenses 3:13 nos dice: “Soportándose unos a otros y perdonándose unos a otros, si alguien tiene queja contra otro. Como Cristo los perdonó, así también háganlo ustedes”.

En la fe cristiana no hay lugar para la postergación, no hay lugar para las excusas. Perdonar es un mandato liberador. No dejes de experimentarlo.

Escrito por Charbela El Hage de Salcedo
Charbela El Hage de Salcedo, tiene quince años caminando con el Señor, es diaconisa en la IBI, y en la misma forma parte del ministerio de mujeres EZER. Está casada con el pastor Héctor Salcedo con quien ha procreado dos hijos Elías y Daniel. Junto a él sirve en el ministerio de jóvenes adultos solteros MAQUI. Charbela posee una maestría en Formación Espiritual y Discipulado del Moody Theological Seminary, de la ciudad de Chicago.

 
Fuente: https://www.coalicionporelevangelio.org/articulo/cuando-la-ofensa-parece-demasiado-grande-perdonar/

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