Mírale fijamente a los ojos a tu león

Mírale fijamente a los ojos a tu león Mark Batterson

En las Escrituras hay un oscuro pasaje que dudo que haya habido algún maestro de Escuela Dominical que les haya asignado a sus alumnos como texto para aprender de memoria. Tampoco oí hacer exégesis ninguna de él en las clases de teología sistemática que recibí en el seminario. No tiene relación en absoluto con ninguna de las doctrinas bíblicas principales. Es posible que lo hayas leído unas cuantas veces en algún plan para leer la Biblia en un año, pero también es probable que ni siquiera se haya convertido en un puntito dentro de la pantalla de tu radar.

Enterrado en el segundo libro de Samuel, en el Antiguo Testamento, en el capítulo veintitrés y los versículos veinte y veintiuno, se encuentra uno de los pasajes más inconcebibles e inspiradores de las Escrituras:
«Después, Benaía hijo de Joiada, hijo de un varón esforzado, grande en proezas, de Cabseel. Este mató a dos leones de Moab; y él mismo descendió y mató a un león en medio de un foso cuando estaba nevando. También mató él a un egipcio, hombre de gran estatura; y tenía el egipcio una lanza en su mano, pero descendió contra él con un palo, y arrebató al egipcio la lanza de la mano, y lo mató con su propia lanza» (RVR1960).

Es fácil leer versículos como estos en la comodidad de nuestro hogar u oficina, y al mismo tiempo perderse por completo el significado de los monumentales actos de valor exhibidos por Benaías. ¿Has conocido alguien, u oído hablar de alguien que haya perseguido a un león? Claro; en el circo de Barnum & Bailey tienen domadores de leones. Pero ¿cazadores de leones? Benaías no tenía rifle de caza, ni tampoco conducía un auto todoterreno. Y aquello no fue ningún safari en un parque de caza.

Las Escrituras no nos dicen lo que estaba haciendo Benaías, o dónde estaba cuando se encontró con este león. No conocemos a qué hora del día sucedió esto, ni lo que tenía Benaías en la mente. Sin embargo, las Escrituras revelan su reacción instintiva. Y demostró tener agallas. Es una de las reacciones más improbables de las que han recogido las Escrituras. Por lo general, cuando la imagen de un animal carnívoro viaja a través del nervio óptico y se registra en la corteza visual, el cerebro lanza un mensaje urgente y general: ¡Huye!

La gente normal le huye a los leones. Huye tan lejos y tan rápido como puede. En cambio, los cazadores de leones parecen tener un sistema con conexiones distintas.

En cuanto a la mayor parte de nosotros, los únicos leones que hemos encontrado han estado encerrados en una jaula. Pocos de nosotros hemos experimentado un combate frente a frente que nos haya obligado a luchar por conservar la vida. Pero trata de ponerte en los zapatos de Benaías.

Por el rabillo de un ojo, Benaías ve algo que se arrastra. Yo no sé a qué distancia se encuentra el león —y es probable que su visión esté oscurecida por la nieve que está cayendo y su propio aliento que se congela—, pero hay un momento en el cual Benaías y el león se miran fijamente. Sus pupilas se dilatan. Sus músculos se tensan. La adrenalina corre con fuerza.

Los leones pueden correr hasta unos cincuenta y cinco kilómetros por hora, y saltar entre nueve y diez metros de una sola vez. Benaías no tiene oportunidad alguna de salvarse, pero eso no impide que persiga al león. Entonces el león da un paso en falso que resulta crítico. El suelo cede bajo los doscientos treinta kilos de su cuerpo y cae por un profundo terraplén hasta un foso lleno de nieve. Dicho sea de paso, estoy seguro de que el león cayó de pie. Al fin y al cabo, los leones pertenecen al género de los felinos, como los gatos.

En este momento ya no hay nadie que esté comiendo palomitas de maíz. Todos los ojos están fijos en la pantalla. Es el momento de la verdad; Benaías se acerca al foso.
Casi como quien camina sobre una capa delgada de hielo, Benaías mide cada paso que da. Se acerca poco a poco al borde y mira hacia dentro del foso. Unos amenazantes ojos amarillos le devuelven la mirada.

Has pasado alguna vez por uno de esos momentos en los que haces algo loco, y después te preguntas: Pero, ¿qué estaba yo pensando? Este tiene que haber sido para Benaías uno de esos momentos. ¿Quién que no esté loco se dedica a perseguir leones? Pero Benaías dispone ahora de un momento para poner en orden us pensamientos, recuperar su cordura y contemplar la realidad. Y la realidad es esta: La gente normal no persigue leones.
Así que Benaías se da media vuelta y se aleja. Pero Benaías no se está marchando de allí. Está tomando impulso para correr. Del público surge un ahogado grito común mientras Benaías corre hacia el foso y sale volando en un salto de fe.

Ves dos grupos de huellas que llevan hasta el borde del foso. Uno de ellos está formado por huellas de pies. El otro por huellas de zarpas. Benaías y el león desaparecen en la oscuridad del foso.
En la caverna del foso se oye el eco de un rugido ensordecedor. Un ensordecedor grito de batalla hiela la sangre y perfora el alma.
Después, un silencio mortal.

Pero después de unos pocos momentos agonizantes de suspenso, la sombra de un ser humano aparece en la pantalla cuando Benaías salta fuera del foso. La sangre de sus heridas gotea sobre la nieve recién caída. Tiene el rostro y el brazo que lleva la lanza llenos de marcas de garras. Pero Benaías gana una de las victorias más improbables que recogen las páginas de las Escrituras.

Desde el mismo principio, permíteme compartir contigo una de mis convicciones básicas: Dios se dedica a colocarnos de maneras estratégicas en el lugar correcto y el momento oportuno. Nuestro derecho de nacimiento como seguidores de Cristo es el tener una sensación de destino. Dios es maravillosamente bueno para hacer que lleguemos donde él quiere que vayamos. Pero aquí está el problema: Con mucha frecuencia, el lugar correcto nos parece como el lugar que no debería ser, y el momento correcto nos suele parecer un momento inoportuno.

¿Acaso puedo subestimar lo que es obvio?

Lo normal es que encontrarse con un león en un lugar remoto sea un mal asunto. ¡Algo realmente malo! Encontrarse en un foso con un león en un día de nevada es algo que por lo general se califica como un día terrible, horrible, que no tiene nada de bueno; un día en verdad malo. Por lo común, esa combinación de circunstancias solo puede significar una cosa: la muerte.
No creo que a nadie se le hubiera ocurrido apostar a favor de que Benaías ganaría aquella pelea; probablemente ni al más arriesgado de los jugadores. Tendría que quedar como el pobre infeliz que apuesta cien a uno. Y la nevada que caía en el día del encuentro no favorecía para nada sus posibilidades.

Las Escrituras no nos dan una descripción golpe tras golpe de lo que sucedió en aquel foso. Todo lo que sabemos es que, cuando se asentó la nieve, el león estaba muerto y Benaías estaba vivo. Quedaron solo un conjunto de huellas de zarpas, pero había también dos conjuntos de huellas de pies de hombre, uno hacia el foso y otro saliendo de él.
Pasemos ahora dos versículos más adelante y veamos lo que sucede en la siguiente escena.

En 2 Samuel 23:23 dice: «David lo puso al mando de su guardia personal». Se está refiriendo a Benaías.

No me vienen a la mente demasiados lugares donde preferiría no estar, que en un foso con un león y en un día en que esté nevando. ¿Se te ocurre alguno a ti? No creo que estar metido en un foso con un león en un día de nieve sea algo que se encuentre en la lista de deseos de nadie. Es lo mismo que tener ganas de morir. Pero tenemos que admitir algo: ¡«Maté a un león dentro de un foso en un día en que estaba nevando» es algo que en verdad impresiona en tu Currículum Vítae, si le estás pidiendo un puesto de guardaespaldas al rey de Israel!


Extracto del libro Con un león en medio de un foso, de Mark Batterson (ISBN 978-0-8297-6215-0)

Comentarios

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *