¿Qué hacemos con los bikinis?

 
Es increíble cómo a lo largo de los años las cosas han ido cambiando en cuestiones de modestia. Años atrás, que una mujer apareciera en público en lo que hoy llamamos bikini era todo un fenómeno, e incluso era considerado como algo inmoral. Hoy las cosas son muy diferentes: ni siquiera hay que ir a la playa para encontrar a una mujer en bikini, lo ves en todos lados: en la televisión, en las revistas, y aún en las bolsas en las que te entregan la ropa que compras en las tiendas. Lo que antes era un completo escándalo y una ofensa a la moral, hoy es una pieza de ropa común. Vivimos en la era de “mientras menos tela mejor”.

La mujer creyente, la modestia, y el bikini

Es cierto: los tiempos cambian. Nos vestimos diferentes ahora que antes, y que sea diferente no es necesariamente algo malo. Pero el peligro sigue estando en conformarnos a este siglo en vez de ser transformados por la renovación de nuestra mente (Ro. 12:1-2). Lo que me apena es que algunas mujeres creyentes han adoptado los patrones de este mundo en muchas áreas, incluyendo la vestimenta. ¿Será que hemos entendido que la modestia se limita a ciertos momentos y lugares, y la dejamos fuera cuando de ropa de baño se trata?

Durante la época de mi adolescencia, aunque tenía cierto sentido de moralidad, yo no era creyente y por lo tanto no prestaba tanta atención a mi vestimenta. Entendía que simplemente mi manera de vestir debía ir acorde a lo que estuviera de moda y que llamara la atención de otros. Esta forma de pensar permeó mi elección de traje de baño durante un tiempo. Siempre había sido muy tradicional en los tipos de trajes de baño que usaba, hasta que en un momento comencé a querer llamar la atención sobre mi cuerpo y compré mis primeros y últimos bikinis. Los usé durante un tiempo pero, para serte honesta, me sentía prácticamente desnuda mientras lo usaba, y, ¿sabes qué? ¡No estaba lejos de la realidad! Ese sentir era completamente cierto.

Modestia es una actitud del corazón, que es mucho más que solo vestimenta. Pero sí debe afectar todas las áreas de nuestro guardarropa, incluyendo los trajes de baño. No sé si lo has pensado de esa manera, pero usar bikinis es exactamente igual que salir a la calle en ropa interior. El hecho de que estemos en la playa, en la piscina, o en algún otro balneario no cambia el hecho de que estoy mostrando mi cuerpo de una manera que no agrada a Dios, y tampoco cambia la naturaleza pecaminosa de aquellos que me ven y a los que les puedo ser de tropiezo. Necesitamos recordar que nuestro cuerpo es el hogar de un Dios santo, y que además de esto, no nos pertenece (1Co. 6:19-20).

El llamado de la Palabra

Piénsalo de esta manera, una de las primeras cosas que los demás ven de nosotras es nuestra manera de vestir, acompañada de nuestras palabras y actitudes.

La falta de modestia le dice a los demás: “Mírame a mí, fíjate en mí”. “Mira mi cuerpo”, pero como creyentes estamos llamadas a apuntar a otros hacia algo más, muy superior a nosotras mismas. Cuando otros te ven en bikini (o cualquiera de sus derivados), todo lo que estás mostrando de ti dificulta el mostrarle a Cristo a otros, principalmente a los hombres a tu alrededor.

Seguro conoces este texto de 1 Pedro 3:3-4, “Que el adorno de ustedes no sea el externo: peinados ostentosos, joyas de oro o vestidos lujosos, sino que sea lo que procede de lo íntimo del corazón, con el adorno incorruptible de un espíritu tierno y sereno, lo cual es precioso delante de Dios”. No pierdas lo precioso del pasaje en discusiones sobre las joyas o los peinados. El llamado que encontramos en la Palabra es a buscar que nuestro adorno no sea el externo si no el interno, aquello que viene de mi corazón. Como mujeres creyentes, debemos procurar que aquello que adorna nuestro interior se vea reflejado en nuestro exterior y apunte a los demás hacia Cristo y no hacia nosotras mismas.

Cambio de guardarropas

Por las cosas que ya hemos dicho aquí arriba, estoy convencida de que los bikinis no deben formar parte de la vestimenta de las hijas de Dios, sin importar cuánto nuestra cultura diga que es lo correcto. Por eso hablábamos anteriormente de la necesidad de que nuestra mente sea renovada, sea cambiada conforme a la voluntad de Dios. Pero este cambio en nosotras no viene a través de reglas. Por favor, no sientas que este escrito tiene el propósito de bajar un estándar y poner una carga sobre tus hombros. Más bien, es un llamado a meditar en por qué hacemos lo que hacemos a la luz de la Palabra.

El cambio en nuestras vidas comienza en Dios y su Palabra, el Espíritu Santo iluminándola y mostrándonos la hermosura del evangelio. Este evangelio es el que ha hecho posible que nosotras podamos vivir vidas que sean de agrado a Él, y es razón suficiente para que busquemos vivir de este manera (1 Co. 1:18). Es porque Dios no escatimó a su propio Hijo sino que lo entregó por nosotros, y porque Jesús nos dio un ejemplo de autonegación y de vivir para la gloria de Dios, que nosotras hoy podemos negarnos a placeres temporales, pasar por las situaciones incómodas de lucir diferentes y “puritanas”, en búsqueda de vestirnos “decorosomante, con pudor y modestia…como corresponde a las mujeres que profesan piedad” (1 Tim. 2:9-10).

El pastor John Piper lo expresó de esta excelente forma: “Hasta que Dios se haya convertido en tu tesoro, hasta que tu propio pecado se haya convertido en lo que más odias, hasta que la Palabra de Dios sea tu suprema autoridad y la veas como más preciada que el oro y más dulce que la miel, hasta que el evangelio de Cristo y su muerte en tu lugar sea la más preciosa noticia en el mundo para ti, hasta que hayas aprendido a negarte a ti mismo placeres temporales de este mundo en la búsqueda de la santidad y un gozo duradero, hasta que hayas crecido en tu amor por el Espíritu Santo y anheles su fruto más que la alabanza de los hombres, hasta que tú cuentes todo como pérdida comparado con el supremo valor de conocer a Cristo, tus actitudes hacia tu ropa y tu apariencia serán controladas por fuerzas que no honran a Dios”.

Mi amada amiga, procura que Cristo sea tu mayor tesoro, aquello que valores más que a ti misma. Que sea en Él en quien tú desees que los otros pongan su mirada y no en ti misma, y que tu deseo sea honrarle en todo, incluyendo tu elección de traje de baño, “pues si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, para el Señor morimos” (Ro. 14:8).

Escrito por Patricia Namnún
Patricia es coordinadora de iniciativas femeninas de Coalición por el Evangelio, desde donde escribe, contacta autoras y adquiere contenidos específicos para la mujer. Sirve en el ministerio de jóvenes universitarios y es diaconisa en la Iglesia Bautista Internacional, República Dominicana. Tiene un certificado en ministerio del Southern Baptist Theological Seminary, a través del programa Seminary Wives Institute, ama enseñar la Palabra a otras mujeres y caminar junto a ellas en discipulado. Está felizmente casada con Jairo desde el 2008. Puedes encontrarla en Twitter.
 
Fuente: https://www.thegospelcoalition.org/coalicion/article/que-hacemos-con-los-bikinis

 
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