¿Para qué se hizo carne el Verbo?

 

El apóstol Juan dice que el Verbo se hizo carne.

San Pablo añade que llegado del cumplimiento el tiempo Dios envió a su Hijo.

¿Para qué se hizo carne el Verbo?

¿Para qué el Padre envió al Hijo a la tierra?

Evitemos opiniones propias y hagamos un recorrido por los Evangelios.

Cristo vino a nosotros para todo esto:

1. Llamarnos al arrepentimiento.

“Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” (Mateo 9:13).

2. Predicar el Evangelio.

“Él les dijo: Vamos a los lugares vecinos, para que predique también allí; porque para esto he venido”.

3. Para servir.

“Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45).

4. Predicar el año agradable.

“Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer. Y se le dio el libro del profeta Isaías; y abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos;  a predicar el año agradable del Señor” (Lucas 4:16-19).

5. Salvar las almas.

“Porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas. Y se fueron a otra aldea”. (Lucas 19:10).

6. Buscar al perdido.

“Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10).

7. Para dar vida.

“El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).

8. Para alumbrar al mundo.

“Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas” (Juan 12:.46).

9. Para dar testimonio de la verdad.

“Le dijo entonces Pilato: ¿Luego, eres tú rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad oye mi voz” (Juan 18:37).

Un notable escéptico comprendió el valor del sacrificio de Cristo, mediante un ejemplo un tanto rudo e incompleto, pero se clavó en su mente por su carácter práctico. Oyó por radio un mensaje de Navidad concebido en los siguientes términos, para ilustrar el misterio de la Encarnación:

    • “Tú que estás escuchando estas palabras, posiblemente sentado cómodamente en tu hogar, disfrutando de todas las comodidades y ventajas de la vida humana: Tus hijos, tu esposa, tus buenos muebles, tu piano, tus libros, tus amigos y todo lo de elevado y noble que te ofrece la avanzada civilización actual; tienes quizá, delante de ti, a tu perro de rodillas mirándote sin poderte hablar”. (Lo que era exactamente el caso del referido radioyente).

 

    • Tú amas, ciertamente, a tu perro –prosiguió el locutor-. Pero suponte que alguien te propusiera que, para entender mejor la vida de tu perro, o para librarle de una enfermedad o plaga que le amenazara a él y a los demás perros de tu barrio tuvieras que convertirte en perro, renunciando temporalmente a tus facultades y privilegios de hombre para limitarte a roer huesos, ladrar y menear la cola. ¿Lo harías?

 

Sin embargo Aquel por el cual y para el cual fueron hechas todas las cosas se redujo a la mísera condición de hombre, (se complacía en llamarse a sí mismo “el Hijo del Hombre”). De este modo aprendió la obediencia, la sumisión al Padre y la esperanza de la criatura, Aquel que era el mismo Creador.

Ciertamente una diferencia muchísimo mayor que la de perro a hombre es la que Cristo asumió cuando dijo: “Sacrificios y presentes no agradaron (no han sido suficientes), mas me apropiaste cuerpo (o sea, estoy dispuesto a asumir una forma humana). “¡Heme aquí, para que haga, oh Dios, tu voluntad!”.

Su amor y sacrificio por nosotros se manifestó no sólo en su muerte cruenta en el Calvario sino que se hizo patente desde el momento mismo de su encarnación y nacimiento en el humilde pesebre; tuvo su clímax en el Calvario, y se prolongará y revelará más y más plenamente por los siglos eternos.

 
Escrito por Juan Antonio Monroy
 
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