Del pesebre a la cruz…

Seguramente ya hayas escuchado y leído tantas reflexiones navideñas, que al igual que yo, es poco probable que durante el año te detengas a releer la historia de Navidad para ser ministrado por ella. Un sabio dijo que no somos nosotros los que leemos la Biblia sino que es la Palabra de Dios la que nos lee a nosotros. Es como una ventana que se abre y nos permite ver nuestra alma y espíritu encontrándonos a nosotros mismos en sus páginas. Por eso en este diciembre quería invitarte a que te preguntes conmigo: ¿Qué dice la Navidad acerca de ti y de tu ministerio? ¿Puedes encontrarte en ese relato?

Creo que uno de los puntos centrales de la navidad es la encarnación. Qué misterio tan maravilloso es el hecho de que Jesús siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y, al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo  y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre. (Filipenses 2:6-9)

Ahora bien, ¡qué tremendo desafío significa esa encarnación para nosotros!, ya que somos llamados a seguir el ministerio de Jesús, siguiendo sus pasos en ese camino que Él preparó de antemano para que anduviésemos. Qué difícil nos resulta en esta sociedad exitista, que la vida de Jesús se encarne en nosotros y que nuestro camino también sea el de la cruz.

Nos emocionan mucho las tiernas palabras Jesús diciéndonos que no nos llama siervos sino amigos, nos entusiasman las potentes verdades que nos afirman Juan y Pablo diciendo que somos reyes y sacerdotes, sentados en lugares de autoridad y que nuestro camino es de gloria en gloria. Pero cuánto nos cuesta entender que esto se trata de la contracara de la cruz, del servicio, y que no hay resurrección sin muerte, ni exaltación sin humillación y obediencia.

En el relato de Lucas el ángel le anuncia a los pastores: “Esto les servirá de señal: Encontrarán a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lucas 2.12)

¿Qué clase de señal es esa para hallar al Hijo de Dios?
¿Cómo puede ser que el Padre, le haya pedido a su mensajero angelical que avise, que a su Hijo, el Rey de Reyes, lo iban a reconocer porque había nacido en un establo y vestía simplemente pañales? No tiene sentido.
Sin embargo, esto que para nosotros no tiene sentido, responde perfectamente a la “lógica ilógica” del Evangelio. En una era donde el éxito ministerial se suele medir por la cantidad de seguidores en las redes sociales y donde los buenos filtros y los likes parecieran pesar más que el contenido y la integridad del corazón, los pañales y el pesebre de nuestro Salvador nos hablan a gritos.

Dos Invitaciones

En esta Navidad, más de 2000 años después de aquel sencillo pero trascendental nacimiento, tienes dos invitaciones para tu vida y ministerio:

Una de ellas te invita a ser el mayor. Te dice que lo más importante son las luces, ser distinguido por los demás, tener un perfil bien alto, cosechar likes y hacerte conocido. Que más que tu carácter y conducta, lo que realmente importa es tu carisma y lo que ven los demás. Que lo que verdaderamente cuenta es la emoción y si lo sientes o no lo sientes, si te llegó o no te llegó. Que ser líder es aspirar a ser una estrella evangélica y que todo pasa por el escenario, ya que es ahí es donde se mide tu influencia.

¡Qué tentadora suena esta invitación! Cómo nos entusiasma seguir ese camino y cuántas buenas excusas “teológicas” podemos encontrar para justificarlo y caer sin darnos cuenta en la trampa del sistema de este mundo, cuyo resultado ineludible es el vacío. Un vacío que surge de no llegar nunca a satisfacer ese supuesto estándar de éxito, no llegar nunca a ser lo suficientemente bueno y siempre necesitar más. Sería triste convertimos en uno más en esta sociedad, corriendo detrás de la zanahoria del éxito (ministerial).

Pero hay otra invitación muy pertinente para ti en esta Navidad. Viene de Jesús y te dice: “si alguien quiere ser mi discípulo que se niegue a sí mismo, lleve su cruz y me siga”. (Marcos 8:34) Y que en su gracia y amor infinitos también nos dice: “Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma.  Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana”. (Mateo 11:29-30)

Esta segunda invitación es la menos popular, no nos gusta hablar de muerte. Pero es la invitación a que puedas experimentar la gloria de la resurrección, la realidad de Cristo viviendo en ti. La maravillosa y apacible verdad de que todo en tu vida es por Sus méritos y no por los tuyos. Que eres aprobado y aceptado por el Padre porque ya no vives tú sino que Cristo vive en ti.

Del pesebre a la cruz. Ese es el camino de Jesús, y es solo en ese camino donde podemos ser libres del perfeccionismo, de la trampa de la comparación, del auto desprecio y del vacío: del pesebre a la cruz y de la cruz al lugar máximo de autoridad, sentados juntamente con Cristo.

 

Escrito por Flor Mraida
 
Fuente: https://e625.com/del-pesebre-la-cruz
 
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