Judas Iscariote después de Traicionar a Jesús

Mientras Jesús subía la colina del calvario, Judas subía otra colina; la del remordimiento. Iba solo. Su sendero era de rocas, mezcladas con vergüenza y dolor. La cuesta estaba tan árida como su alma. Espinas de remordimiento rasgaban sus tobillos y talones.

Los labios que habían besado a un rey estaban agrietados por la fricción. Y sobre sus hombros llevaba una carga que doblaba su espalda – su propio fracaso

Por qué Judas traicionó a su Maestro no es realmente importante. Si fue motivado por ira o por la codicia, el resultado fue el mismo: remordimiento.

Hace unos pocos años visité la Corte Suprema de los Estados Unidos. Mientras estaba sentado en la sección de los visitantes, observé el esplendor de la escena en aquel cuadro mayor. El jefe de justicia estaba escoltado por sus colegas. Vestido con una túnica de honor, ellos eran la máxima expresión de Injusticia.

Representaban los esfuerzos de incontables mentes a través de miles de décadas. Aquí estaba el mejor esfuerzo del hombre para enfrentarse y tratar con sus propios fracasos.

¡Cuán inútil sería, pensé para mí mismo, si me aproximara a los representantes de la justicia y pidiera perdón por mis equivocaciones; perdón por hablar a las espaldas de mi profesor de quinto grado, perdón por ser desleal con mis amigos, perdón por prometer «no lo haré», en el día domingo, y decir «lo haré» el día lunes. Perdón por las incontables horas que había desperdiciado vagabundeando en las cuneta de la sociedad.

Sería inútil, porque el juez no podría hacer nada. Tal vez unos pocos días en la cárcel para calmar un poco mi culpa ¿Perdón? No estaba en él concederlo. Tal vez esa es la razón por la cual muchos de nosotros pasamos tantas horas en la colina del remordimiento. No hemos encontrado una manera de perdonarnos a nosotros mismos.

De ese modo trepamos la colina con mucha dificultad. Fatigados, con los corazones heridos, torturados con equivocaciones no resueltas. Suspiros de ansiedad. Lágrimas de frustración. Palabras de racionalización. Lamentos de duda. Para algunos el dolor está en la superficie. Para otros está sumergido, enterrado en un raro substrato de malos recuerdos. Padres, amantes, profesionales. Algunos tratando de olvidar, otros tratando de recordar, otros tratando de contender Caminamos silenciosamente en una sola hilera con piernas de hierro por la culpa. Pablo fue el hombre que planteó la pregunta que está en todos nuestros labios: «¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?» l

Cuando el sendero termina, hay dos árboles.

El uno está viejo y sin hojas. Está muerto pero todavía en pie. Su corteza se ha ido, dejando a la suave madera blanquearse con los años. Los vástagos y los cogollos ya no brotan más; sólo ramas secas penden del tronco. En la más fuerte de estas ramas está atada la cuerda de un hombre ahorcado. Fue aquí donde Judas trató su fracaso.

¡Si Judas tan sólo hubiera mirado al árbol que estaba al lado… También estaba muerto. Su madera era también suave y lisa. Pero no había cuerda alguna atada a ninguna de sus ramas. No había más muerte en ese árbol. Una sola fue suficiente. Una muerte por todos.

Aquellos de nosotros que también hemos traicionado a Jesús sabemos lo que fue para Judas escoger el árbol que eligió. Pensar que Jesús nos ha quitado la venda de los ojos y ha desencadenado nuestras piernas – después de todo lo que le hemos hecho- no es fácil de creer. En efecto, se requiere mucha más fe para creer que Jesús puede pasar por alto mis traiciones que la requerida para creer que Él se levantó de los muertos. Ambas cosas son igualmente milagrosas.

¡Qué par de árboles éstos, Sólo a unos pocos pies de distancia del árbol de la desesperación se levanta el de la esperanza. La vida está, paradójicamente, cerca de la muerte. La bondad está al alcance de su brazo de las tinieblas. El lazo de un hombre ahorcado y el salvavidas se están balanceando a la misma sombra.

Pero aquí permanecen.

Uno no puede hacer nada más si no estar un poco asombrado por lo inconcebible de todo esto. ¿por qué Jesús permanece en la colina más representativa de la vida y me espera con manos extendidas, atravesadas por los clavos? A esto es lo que se ha llamado una «absurda y santa gracia».

Un tipo de gracia que no puede ser admitida por la lógica. Pero entonces pienso que la gracia no tiene por qué ser lógica. Si lo fuera, no sería gracia.

 
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